miércoles, 4 de abril de 2012

Una sencilla recompensa

La tranquilidad de la calle fue perturbada por el tosco frenazo de un coche, seguido del estridente sonido de una luna al romperse. Alguien gritó.

Pum-pum-pum-pum-pum... Mi corazón representaba la marcha acelerada de un ejército antes de la batalla. Pum-pum-pum-pum. Mil tambores tocando a la vez, encerrados en mi pecho. Pum-pum-pum. Tan solo unos ojos verdosos me transmitían paz en toda aquella oscuridad. Su mirada apartaba el dolor de mi carne. Seguí la luz de sus ojos que me llevaron a una borrosa realidad.



No conseguía enfocar. Podía distinguir el polvo de la carretera, el humo... Era como si el tiempo se hubiera congelado. Vi mi zapatilla a un metro de mi pie. Sabía que debía haberme atado mejor los cordones.
¿Por qué estaba tumbada en el asfalto?
Mis párpados cedieron por su propio peso, evocando a mi memoria.

Repasé mentalmente mi tarde. Recuerdo estar frente a él, mirándole a sus ojos de hierba, sonriendo.
-De verdad que me tengo que ir...- le dije.
-Un poco más- contestó meloso, besándome.
-En serio- le sonreí.- Aún Pepe no me ha terminado de contar la Guerra Civil... por enésima vez.- Nos reímos.
-Pero no tienes por qué ir hoy... Es lo bueno de los voluntarios, que vais "voluntariamente", cuando os plazca.
-Me gusta ir a la residencia.- Le había reprochado.- Aprendes mucho con los mayores - dije con segundas.
-Enana...- Me miró con ternura, algo que recuerdo había encendido el rojo de mis mejillas.- ¿Cómo cabe tanta bondad en una sola persona?
-Te llamo cuando llegue a casa. Te quiero.
-Te quiero.

Volví a la difusa realidad. Parecía que el mundo había vuelto a la normalidad.
-¡No! Madre mía, ¡qué desastre! - Se lamentaba una voz masculina.
Intenté girarme, pero no podía moverme. Miré mis manos y traté de levantar un dedo. Noté como un fino hilo rojo fluía por mi rostro. Conseguí girar un poco la cabeza, lo justo para ver fuera de su sitio al hueso de mi pierna. Mi corazón seguía acelerado. Me costaba respirar.
-Tranquila, no te muevas.- Dijo una segunda voz.
-¡El coche de mi jefe!... Sí, tiene la luna rota, ¿qué hago?...- dijo la primera voz. Por las pausas, supuse que hablaba por teléfono.
-¿Quieres llamar a una ambulancia, zoquete?
Noté cómo empezaba a formarse un corro de curiosos. El primer hombre seguía histérico, preocupado por su coche. Localicé mi mochila a escasos metros, antes de que la oscuridad me tragara de nuevo.

Recuerdo haber caminado tranquilamente por la acera. Llevaba la mochila al hombro, como las madres de los niños pequeños que jugaban en el parque.
Recuerdo también haber chocado con un chico que escuchaba música a todo trapo, aislado del mundo exterior. Recuerdo a una mujer rubia muy guapa hablando sin cesar por el móvil, mientras la canguro le daba la merienda a una niña pequeña. Y recuerdo haber llegado al cruce.

-¡Eh, eh! Vuelve, vuelve... Eso es.- Miré, pero no lograba focalizar la imagen. Un señor de aspecto sosegado me intentaba tranquilizar. Lo que él no sabe es que ya estoy tranquila. Tan sólo estoy confusa.
No podía respirar. Un sabor áspero y óxido recorrió mi garganta hasta provocarme tos. La sangre acarició mis labios.
-La ambulancia está de camino. No te muevas mucho, creo que tienes una costilla rota.

¡Qué ávido! Ya había llegado yo a esa conclusión.

-Bueno, no creo que se enfade mucho... No ha sido culpa mía.- La primera voz continuaba hablando, ajena a todo.
-¿Quieres colgar el maldito teléfono?- Se oyó el golpe del móvil contra el suelo.- ¿Has atropellado a esta chica y lo único que te preocupa es que te despidan? ¡Mírala, que no la miras! El hecho de que no la mires no te exime de tu culpa.
Oí cómo de repente un par de personas corrían hacia el hombre antes de que este se desplomara, consciente al fin de que la rotura del coche era el menor de sus problemas.
Intenté reconstruir lo que pasó. A mi alrededor sólo se oían susurros y cuchicheos. "¡Qué valiente!"
Yo andaba por la calle cuando llegué al cruce. ¿Se supone que crucé y me atropellaron?

Escuché un llanto. Abrí otra vez los ojos. Entre la multitud logré ver a un niño pequeño llorando, con la pierna sangrando y raspaduras en las manos. A su lado yacía una pelota inmóvil.

La ambulancia llegó. La segunda voz se identificó. Al parecer era médico. Los ATS corrieron a mí. Me enchufaron con una luz que me cegó...

Ahora lo sabía. Estaba cruzando cuando una pelota me adelantó y con ella un niño corriendo. Entonces giré la cabeza y vi acercarse a un coche a gran velocidad.

-La muchacha se abalanzó contra el pequeño, le cogió y lo empujó a un lado, pero a ella no le dio tiempo a saltar.- Explicó el médico a los policías, que también habían llegado.
-¿Quién era el conductor?
-Aquel hombre. El del shock. Se saltó el semáforo, no paraba de hablar por el móvil...

Me levantaron y sentí mil cuchillas afiladas rasgando mi piel. Me pusieron en una camilla. Noté cómo el aliento huía de mi alma.
-Yo no lo hubiera hecho. No hubiera podido-comentó alguien de la multitud.
-Yo me hubiera quedado en blanco.
-Yo ni me habría enterado, siempre voy con los cascos escuchando música.

Yo no lo pensé. Me colocaron una mascarilla. Mi corazón latía con dificultad. Traté de ver al niño. Me reconfortaba saber que estaba bien. Lo único que lamentaba era perderme el relato de la Guerra Civil que tantas veces había escuchado.
-Has sido muy valiente.- Me dijo un policía.

No lo entienden. No lo hice por valentía. Ni si quiera lo pensé. ¿Se han vuelto tan sumamente insensibles que ven extraordinario lo lógico? ¿Tan independientes son ya, que hay que recordarles que hay actos que se hacen por los demás sin esperar nada a cambio?
Entre la masa de curiosos vi a la madre del pequeño, hecha un mar de lágrimas y abrazándole como a un tesoro único. Nuestras miradas se cruzaron, y sus labios formaron una palabra salida directamente del corazón: GRACIAS.

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