Miré al cielo
de estrellas ausentes,
mar de negrura,
presagio de muerte.
Reflejada vi
mi alma inerte,
rota de dolor
por tu amor hiriente.
Bésame otra vez,
suplicaban mis labios.
Abrázame fuerte
con tus nervudos brazos.
Detén la soledad
que tú mismo has creado,
y ámame de nuevo
como tiempo antaño.
Y así soñando
recuerdos del pasado,
la pesadilla
se terminó ahogando.
Pues ya no te quiero,
ya no estás al mando.
Por que al fin, sola,
la felicidad he hallado.
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